Apenas concedemos importancia al silencio cotidiano, al que nos acompaña la mayor parte de nuestras vidas.
Desde el feto que se defiende con pataleos cuando siente miedo ante alguien que oprime su mágica guarida; o desde las secretas voces e imágenes que ocupan el tiempo y la vida del recién nacido hasta las fantasías oníricas de los adultos que dan rienda suelta a tantos anhelos y temores.
Las voces silenciosas de los celos amargos, los remordimientos, los presagios, las intuiciones, los deseos más recónditos. Ese amanecer depresivo sin sentido o la alegría sin motivo; el miedo a fracasar y las expectativas de éxito. Cuando la chispa se rompe en la pareja o nos arrolla un nuevo amor. El hijo que se aleja en silencio. Las alucinaciones en la locura, con sonidos más allá de la realidad. Las palabras que azuzan al asesino a cometer su delito; y muy especialmente ciertas voces del silencio que convierten a un ser perfectamente normal en un asesino implacable sin capacidad para evitarlo ni para comprender qué le sucede o por qué comete su crimen.
¿Cómo es posible que personas distintas, en lugares diferentes y con personalidades tan dispares, sin conocerse absolutamente de nada, lleguen a cometer crímenes similares?
Cada día asistimos en los medios de comunicación a asesinatos múltiples aparentemente absurdos, incluso con víctimas y verdugos en edad infantil o en las últimas primaveras de su vida.
¿Hay algo en común detrás de esas muertes, de sus homicidas surgidos del anonimato y de sus frecuentes suicidios?
El joven psiquiatra Sebastián Parera nunca pudo imaginarse que, detrás del silencio, convivieran tal cúmulo de voces aparentemente inexistentes. Con algunas de ellas lidiaba cada día, con mayor o menor éxito, al tratar a sus pacientes; pero descubrió otras más de entre todas aquellas que antes desconocía , voces escondidas tras el silencio, voces acechantes que pondrían en peligro su vida y la de sus seres más queridos.